"Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, –¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?"
Nietzsche, F., La genealogía de la moral, prólogo, pp. 17
En los tiempos que corren, la cuestión de quiénes somos en este momento resulta inquietante. La pertenencia a este presente, a este horizonte temporal que es el nuestro, se ha vuelto conflictiva; es difícil apelar a una doctrina que la sostenga y fundamente en nombre de una tradición o de la comunidad humana en general.
Pensar el presente no significa hacer una descripción de los hechos, ni elaborar una representación del actual estado de cosas; significa alumbrar esos elementos intempestivos que expresan la emergencia de múltiples mutaciones.
El concepto de tiempo adopta relevancia en el momento en que la temporalidad histórica, la sucesión cronológica, el cambio como cambio de estado, se muestra insuficiente para pensar lo que pasa y nos pasa; para pensar la creación, para pensar las mutaciones que ocurren en nuestras vidas.
Seguir pensando el tiempo en términos de historia y el cambio en términos de movimientos espaciales limita nuestra experiencia e insiste en el predominio de las formas, los límites y las fronteras, en la preeminencia del espacio sobre el tiempo.
El movimiento no se reduce a ninguna medida común.
El movimiento difiere,
–del espacio recorrido
–de la sucesión temporal de cortes inmóviles tomados sobre él
Se tiende a reconstruir el movimiento a partir de lo que no es movimiento.
–posiciones en el espacio
–momentos en el tiempo
(Cine I- Bergson y las imágenes)
Justamente por ello, la tarea de la filosofía consiste en ver y oír los signos del devenir, captar en el presente esos elementos singulares y específicos que son las señales de la transformación en donde anida la posibilidad de ser distintos de como somos.
El devenir es el tiempo donde el antes y el después se dan a la vez, el tiempo de los acontecimientos, de lo que pasa y no cesa de pasar. El devenir se distingue de la historia, tiempo de los hechos y de la presencia, pero no se opone a ella. Los acontecimientos no pertenecen a la historia, ocurren y se efectúan en ella.
Pensar el presente como pregunta del tiempo es no quedarse atado a la sucesión de hechos que nos aquejan, es pensar la historia como el cuerpo del devenir (Foucault, M., “Nietzsche, la genealogía y la historia” en Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1980, p. 12)
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